En principio, el título de este artículo puede parecer disruptivo, pero para tranquilidad de tan valiosos lectores, las siguientes líneas no son un llamado al anarquismo. Mas bien, esta es una invitación a reflexionar en los cambios que están desafiando nuestras concepciones tradicionales de autoridad, dando lugar a una transición muy notoria hacia liderazgos más participativos.
Recuerdo con exactitud una ocasión en donde un profesor dio apertura a su clase con la pregunta: ¿Jóvenes, cuál es la diferencia entre gobernar y gobernanza?
Las respuestas fueron variadas, pero él añadió: “Es simple, gobernar es como un maestro dictando lecciones sin considerar la opinión de sus alumnos, mientras que la gobernanza es crear un ambiente donde tanto el docente como el estudiante comparten ideas y tomen decisiones para profundizar el aprendizaje”.
Luego, nos instó a crear nuestras propias comparaciones a partir de escenarios cotidianos.
Mi ejemplo fue: “Gobernar puede representar una fiesta en donde estrictamente decido qué se come, qué música se escucha, donde se sientan los invitados, con quien interactúan y cuando sGe marchan. En cambio, la gobernanza es cuando, aún con un anfitrión, todos colaboran para que la fiesta sea un éxito”.
Donde hay un gobierno se nota, pero donde se lidera en equipo se nota más.
Este sencillo ejercicio me hizo prestar más atenciones a nuevas tendencias y conceptos cada vez más familiares, tales como: alianzas público-privadas, comisiones de trabajo, foros consultivos, cooperación internacional, entre otros.
En consecuencia, es propio citar a Moisés Naím:
“El poder está cambiando de manos: de grandes ejércitos disciplinados a caóticas bandas de insurgentes; de gigantescas corporaciones a ágiles emprendedores; de los palacios presidenciales a las plazas públicas. Pero también está cambiando en sí mismo: cada vez es más difícil de ejercer y más fácil de perder" (Naím, 2013).
Lejos de idear el gobierno perfecto, la realidad es que el poder ejecutivo, incluso cuando recae en un presidente elegido democráticamente, ha evolucionado. El liderazgo ya no se trata solo de imponer, sino de comprender, adaptarse y ser transparente ante una sociedad en constante cambio.
Plataformas digitales y redes sociales le han dado un giro a la fluidez de la información, proporcionado a la ciudadanía una voz más fuerte en la esfera política.
Creando así una nueva forma de interacción entre gobernantes y gobernados, donde la transparencia y la responsabilidad son más exigidas que nunca.
Desde Atenas, con escala en Santo Domingo hasta Buenos Aires, la historia nos ha demostrado que el poder no es estático, sino que se adapta a medida que las sociedades evolucionan.
¿Qué depara el futuro en torno a la toma de decisiones de interés colectivo?
Esta es una pregunta retadora la cual puede iniciar a construirse una respuesta en la reflexión de Yuval Noah Harari:
"La habilidad más importante que se necesitará en el futuro es la de aprender constantemente y adaptarse rápidamente a los cambios". (Harari, 2018).