En un anuncio que remueve el tablero geopolítico internacional, el presidente ruso Vladímir Putin confirmó el inicio de la producción en serie del nuevo misil balístico de alcance intermedio Oréshnik, una arma que no solo representa un salto tecnológico, sino también una nueva fase de presión militar en Europa del Este.
Durante una reunión informal con el presidente de Bielorrusia, Alexánder Lukashenko, Putin declaró:
“Hemos producido el primer complejo de Oréshnik en serie. El primer misil en serie ya está en servicio con las tropas. La serie ya ha empezado a funcionar.”
Además, reveló que especialistas militares rusos y bielorrusos ya han definido la ubicación estratégica para la instalación de estos misiles en territorio bielorruso, donde se realizan los preparativos para su despliegue antes de que finalice 2025.
El Oréshnik se perfila como una de las armas más potentes del arsenal ruso. Este misil balístico hipersónico es capaz de alcanzar velocidades de Mach 10 (casi 3 km por segundo) y realizar impactos con precisión quirúrgica. Su debut en combate ocurrió el 21 de noviembre de 2024, cuando destruyó con una explosión silenciosa y certera la planta de Yuzhmash en Ucrania, uno de los mayores complejos industriales del antiguo bloque soviético.
Este desarrollo pone en alerta a la comunidad internacional, no solo por el alcance y velocidad del misil, sino por su eventual despliegue en Bielorrusia, país fronterizo con Ucrania, Polonia y Lituania.
Una amenaza directa o una jugada estratégica?
El anuncio genera inquietud en las capitales europeas y en la OTAN, que aún no ha emitido respuesta oficial. ¿Está Rusia anticipando un nuevo capítulo de presión militar o marcando límites disuasorios? ¿Cómo responderá Occidente a este avance?