Por Dr. Isaías Ramos
En América Latina, nos enfrentamos a una encrucijada histórica marcada por el fracaso de dos ideologías opuestas pero igualmente destructivas: el neoliberalismo y la izquierda populista. Ambas han conducido a un desenlace trágico: la profundización de la miseria y la desigualdad en nuestros países.
El neoliberalismo, con su énfasis en la "libre competencia" y un mercado desregulado, ha generado sociedades donde la riqueza se acumula en manos de unos pocos, creando una brecha abismal entre ricos y pobres. Esta ideología, que prometía prosperidad y desarrollo, ha llevado a la creación de monopolios y oligopolios, marginando a la mayoría y generando una sociedad desigual.
Por otro lado, la izquierda populista, aunque se presentó como la antítesis del neoliberalismo, prometiendo igualdad y justicia social, también ha fallado. Estos regímenes han creado ilusiones de igualdad a través de políticas redistributivas ineficaces, generando una dependencia crónica del Estado y un ciclo vicioso de asistencialismo sin desarrollo real.
Frente a este panorama desalentador y a una clase política carente de conciencia social y patriótica, es imperativo buscar modelos económicos alternativos que prioricen el desarrollo humano integral, la igualdad real de oportunidades y la justicia social. Aquí surge como solución viable el modelo de capitalismo planificado, que ha demostrado su eficacia en distintos contextos históricos y geográficos, como Europa post-Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos durante la Gran Depresión y en el ascenso económico de varios países asiáticos.
Este modelo equilibra la eficiencia del mercado libre con regulaciones gubernamentales estratégicas, poniendo el bienestar social en el centro y promoviendo un crecimiento económico equitativo y sostenible. Ejemplo de ello es el "milagro económico alemán" tras la Segunda Guerra Mundial, donde políticas económicas conocidas también como capitalismo social, combinando la libre iniciativa con un progreso social, transformaron una nación devastada en una potencia económica. Nuestra nación cuenta con una constitución de un Estado Social y Democrático de Derecho que va muy acorde a este modelo de economía social de mercado.
Sin embargo, en nuestro país se impone de manera pura y dura un neoliberalismo salvaje, a pesar de ir en contra de los propios principios constitucionales, mientras ellos roban y saquean los recursos económicos y naturales de la nación.
En países como El Salvador, bajo la administración de Nayib Bukele, empezamos a ver atisbos de este enfoque equilibrado. Es crucial que reconozcamos y apoyemos estos ejemplos de esperanza y cambio.
En este momento crucial, el llamado es a cada ciudadano, a cada corazón que late por el cambio. No es simplemente una lucha política; es una batalla por nuestra dignidad, por el futuro de nuestras familias y por la esencia misma de nuestra nación. Frente a las sombras de la desigualdad y la corrupción, se alza la luz de nuestra esperanza colectiva y nuestra inquebrantable determinación.
En el Frente Cívico y Social, no solo soñamos con un mañana mejor, sino que trabajamos incansablemente para hacerlo realidad. Es el momento de unir nuestras voces, nuestras manos y nuestros corazones en un grito unánime por justicia, equidad y progreso.
No podemos, no debemos quedarnos al margen. El futuro no se construye desde la apatía; se forja con la valentía de quienes se atreven a soñar y luchar por un cambio verdadero.
El tiempo de actuar es ahora. Juntos, escribiremos un nuevo capítulo en nuestra historia, un capítulo donde la justicia, la igualdad y la prosperidad sean el legado para las generaciones venideras. ¡Hagamos que ese futuro empiece hoy! ¡Despierta, RD