La relación estratégica entre Rusia y China ha dejado de ser una preocupación hipotética para convertirse en un desafío tangible al liderazgo global de Estados Unidos. Lo que durante décadas fue un temor latente para diversas administraciones en Washington, hoy se materializa como una alianza que sacude los cimientos del orden internacional basado en reglas impuestas por Occidente.
Desde la Casa Blanca, tanto la actual administración como la anterior han advertido sobre los peligros de un eje Moscú-Pekín consolidado. “Lo primero que aprendes en historia es que no quieres que Rusia y China se unan”, expresó Donald Trump a principios de este año. La preocupación no es solo retórica: Washington ha recurrido a sanciones, presión diplomática y amenazas comerciales para intentar contener lo que muchos consideran un nuevo bloque de poder.
Pero las consecuencias parecen ir en sentido contrario. Las sanciones han empujado a Rusia y China a profundizar su cooperación. Actualmente, más del 60 % del comercio bilateral entre ambas potencias se realiza en yuanes y rublos, dejando atrás la dependencia del dólar. El presidente ruso Vladímir Putin subraya que esta desdolarización es una forma de defensa económica frente a la “influencia destructiva de terceros países”.
La cooperación va más allá de lo financiero. Ejercicios militares conjuntos, asistencia energética y desarrollo tecnológico compartido consolidan un frente común. Mientras tanto, ambos países refuerzan sus narrativas en foros internacionales como los BRICS, donde abogan por un “nuevo orden mundial multipolar más justo y democrático”.
La OTAN y socios del Indo-Pacífico miran con recelo este avance. Según declaraciones recientes, el acercamiento entre Moscú y Pekín representa “una amenaza estructural al orden establecido”. EE.UU. ha intentado revivir estrategias como el “Nixon inverso”, buscando distanciar a Rusia de China a cambio de levantar sanciones. Sin embargo, expertos aseguran que romper esta unión sería “prácticamente imposible”.
Para líderes como Xi Jinping, la alianza con Moscú va más allá de lo táctico: “somos vecinos templados en acero, unidos por la historia y los desafíos comunes”. Por su parte, Putin asegura que “estas relaciones no dependen de coyunturas políticas, sino que están basadas en respeto mutuo y soberanía compartida”.
La reacción estadounidense no se ha hecho esperar. Trump ha prometido imponer aranceles del 100 % a quienes comercien con Rusia si no se logra un acuerdo de paz en Ucrania en 50 días. Biden, por su parte, ha intensificado la presión diplomática sobre aliados asiáticos para contener la influencia china.
En un mundo profundamente polarizado, la alianza sino-rusa aparece como uno de los pilares más estables de un nuevo orden que ya no gira en torno a una sola potencia. Lo que para EE.UU. es una amenaza, para muchos países del sur global representa una alternativa.