Dr. Isaías Ramos
El pensar que un territorio, una raza, o un idioma define una nación es una grandísima aberración. Cuando escuchamos a comunicadores, sobre todo del ámbito internacional, referirse a nuestra isla, donde conviven dos culturas diametralmente opuestas, se nota un alto desconocimiento de la realidad de ambos pueblos. Ese desconocimiento sería la única excusa posible para querer imponer a los pobladores de esta isla una camisa de fuerza, que en el fondo ninguna de las partes persigue. Este afán de unificación, de continuar, lo que hará es traer sangre, dolor y sufrimiento a ambas poblaciones. Para verlo, solo debemos recordar cómo terminó la usurpación de nuestro territorio por los pobladores de la parte occidental de la isla. Las pretensiones de imposición de una nación sobre otra siempre conlleva graves consecuencias.
Las poblaciones de ambos lados de la frontera siempre han actuado como el aceite y el agua; es decir, no existe posibilidad alguna de asumir una a la otra a menos que se imponga con métodos sangrientos. De este lado somos una nación multi-raza, donde tenemos ADN nativo, Africano, Europeo, del Medio Oriente y Asiático. Mientras, los pobladores Haitianos carecen de mezcla porque, de manera visceral, se les enseña a no aceptar ninguna otra raza. Parte de esas enseñanzas han derivado en una renuencia hacia la población dominicana, justificada en la creencia de que los dominicanos son responsables de sus miserias, y llevando a sus pobladores a desconfiar hasta de la intención sana del pueblo dominicano.
De este lado continuamos abiertos a recibir extranjeros, siempre y cuando lleguen de manera legal y respeten nuestro territorio. Por eso hoy en día somos una nación de los más variados cruces genéticos del mundo. Del lado occidental, eso es simplemente impensable. Ellos se niegan a mezclar razas y culturas, por lo que debemos de respectar su forma de vida, siempre y cuando no perjudiquen a nuestra nación.
Debido a la reacción pasiva ante esta invasión silenciosa de que estamos siendo víctimas, fruto de gobernantes inescrupulosos que se hicieron los graciosos con organismos internacionales y potencias extranjeras, hoy tenemos un enorme monstruo migratorio. Este monstruo, de continuar creciendo, creará una segregación social que podría terminar en hechos violentos y sangrientos. Esto es precisamente lo que debemos evitar, realizando un programa de desalojo ordenado, humano y acorde a cumplir con nuestras leyes y nuestra constitución.
La comunidad internacional debe recibir un mensaje claro de nuestro lado, de que no permitiremos una fusión o invasión territorial, bajo ningún pretexto. Las naciones no se imponen, ni siquiera cuando existan lengua, raza, territorio y religión en común, que no es el caso en cuestión. Para eso se requiere una voluntad de estar unidos bajo un propósito y un fin de convivencia en los valores y principios que nos definen. No debemos permitir que nos echen en el mismo saco por el simple hecho de habitar una misma isla. No existen intereses comunes para crear esos principios espirituales que le dan origen a una nación.
Hoy más que nunca nos toca trabajar para refundar esta patria, bajo ese legado que nos dejaron nuestros libertadores, sin intrusos que perturben nuestra paz. Es tener la voluntad por hacer realidad ese sueño inconcluso que ha sido imposible, porque hemos sido a sometidos por los traidores una y otra vez. Es unificar ese pasado con nuestro presente y esa herencia que recibimos. Tal herencia no la podemos ignorar, desperdiciar y, mucho menos, abandonar, porque simplemente malos dominicanos nos hayan entregado a la merced de intereses de organismos y potencias extranjeras, que no conocen nuestro arraigo y nuestra fuerza. No permitamos que esta nación continúe a la deriva, como un barco que no sabe dónde ir. Buscar ese rumbo conlleva esfuerzo y sacrificio, que debemos asumir en busca de nuestra libertad y paz. De lo contrario nos espera mucho sufrimiento, dolor y sangre.
No perdamos de vista el sacrificio y la sangre derramada de los que lograron liberar esta patria tantas veces. No continuemos alimentando a esos traidores que han logrado casi su propósito. Rescatemos este pueblo y defendamos nuestro territorio, para preservar lo que nuestros antepasados conquistaron. A Duarte le tocó fundar la patria, a Luperón restaurarla. Ahora nos toca a nosotros refundarla. De lo contrario estamos condenados a perecer. Trabajemos juntos para lograr ese país que la mayoría soñamos, con ciudadanos respetuosos a Dios, amantes de la patria y defensores de la libertad. Una nación que sea sinónimo del orden, la justicia y la igualdad, ante la ley y las oportunidades.
RD si puede!