Por: Dr. Isaías Ramos
En cada rincón de nuestro país, la sombra de la corrupción y la desigualdad oscurece la vida de nuestros ciudadanos. Desde los despachos gubernamentales hasta las calles de nuestros barrios más humildes, la impunidad se ha enraizado, carcomiendo el tejido de nuestra sociedad. Esta concentración de poder y riqueza en manos de unos pocos ha excluido a grandes sectores de nuestra población, dejando tras de sí un sendero de sueños destrozados y derechos ignorados.
Imagine a María, una madre soltera en Santo Domingo, quien cada día lucha por alimentar y educar a sus hijos en medio de una realidad donde la corrupción ha desviado los fondos de los servicios esenciales. O piense en Juan, un joven talentoso de San Cristóbal, que ve limitadas sus oportunidades de avanzar, no por falta de méritos, sino por la falta de conexiones o recursos. Estas no son solo historias; son las vidas reales de nuestros compatriotas.
Actualmente, una gran parte de nuestra nación se siente despojada de esperanza. Día tras día, enfrentan el enorme desafío de satisfacer necesidades básicas en un entorno marcado por instituciones debilitadas y corruptas. Esta desesperación ha llevado a muchos jóvenes talentosos a abandonar nuestra tierra en busca de justicia y oportunidades en otros lugares.
Ante este panorama desolador, la inacción no es una opción. La injusticia clama por nuestra intervención activa y colectiva. En el Frente Cívico y Social, sabemos que las decisiones políticas son las que moldean el destino de nuestras comunidades. Solo a través de un cambio político profundo y un compromiso con el bien común, podemos esperar derribar las estructuras corruptas que han paralizado nuestro desarrollo.
El cambio no solo debe ser económico; debe ser social, cultural y espiritual. Debemos construir un lazo de solidaridad auténtica entre todos los dominicanos, forjando así una sociedad no solo próspera, sino también equitativa y justa.
Hoy, hacemos un llamado al pueblo dominicano para unir fuerzas en una campaña resuelta contra la corrupción. Es esencial promover una ética de integridad a todos los niveles de la vida pública y garantizar que cada ciudadano tenga acceso justo a los recursos necesarios para una vida digna. Nuestro progreso debe estar cimentado en el respeto absoluto a la dignidad humana y en la búsqueda incansable del bien común.
Frente a un presente y pasado ensombrecidos por la desigualdad y la desconfianza, es imperativo revitalizar nuestros principios y valores nacionales. Impulsados por un profundo amor a nuestra patria y movidos por un respeto sagrado hacia nuestros deberes cívicos, debemos actuar con la firme convicción de que cada esfuerzo, por pequeño que sea, es vital para la monumental tarea de transformar nuestra sociedad.
Es hora de levantarnos, de ser la voz que clama en el desierto y el faro que guía hacia un futuro mejor. Por amor a nuestra nación, por respeto a nuestros ancestros y por el futuro de nuestros hijos, no podemos permitir que el ciclo de corrupción y desigualdad continúe.
El momento de actuar es ahora. Unidos, con valentía y determinación, podemos restaurar la justicia y construir el país justo y próspero que todos merecemos.
¡Despierta, RD!